Wednesday, January 31, 2007

La imposibilidad y el castillo flotante

En otro tiempo, cuando la tierra no se había derrumbado aún, ni se había llenado de plomo; la mariposa voló por innumerables países y conoció maravillas inimaginables. Atravesó extensos bosques repletos de bellísimas flores, surcó el cielo azul y contempló, desde él, inmensos mares de hojas verdes. Conoció de cerca el sol, y los secretos que se esconden en el resoplar del viento.
Todos los días, al caer la tarde, iniciaba su vuelo nocturno. Una noche, (aquella en que la tierra cimbró desde el centro hasta los cielos y la naturaleza sucumbió ante el derrumbe) a mitad del vuelo y como guiada por una fuerza ajena a su convicción, cambió bruscamente la dirección. Sin darse cuenta, se dirigió velozmente hacia un oscuro castillo que flotaba en el aire. De pronto su vuelo se volvió denso; tan pesado como el plomo; era como intentar nadar a contracorriente, como si se encontrara volando en las profundidades de un pantano. Buscaba detenerse, apoyarse de alguna nube y empujarse hacia atrás, pero aquella incontenible fuerza no se lo permitía. El castillo se alzaba imponente, cada vez más cerca, más y más cerca.
Cuando estuvo lo suficientemente cansada como para no poder sostenerse por sí misma; la fuerza que antes la había levantado cesó por completo, dejándola caer en un profundo abismo. Y la mariposa cayó. Bueno, eso creyó, la verdad es que flotó igual que el castillo. Durante un largo rato intentó levantar sus enormes alas moradas, pero fue imposible. Se dio cuenta de que la fuerza, ahora sutil y casi imperceptible, la atraía hacia una enorme puerta gris. La puerta se abrió de par en par, y la mariposita, casi moribunda, se perdió en medio de la niebla y el plomo. Las puertas se cerraron y el castillo, que permanecía siempre en una silenciosa espera, se guardaba dos nuevas alas para no caer; para mantenerse a flote.
Sucedió entonces lo que había sucedido antes ya muchas veces: como petrificadas por una extraña sentencia, las alas de la mariposa se solidificaron perdiendo, de esta manera, toda su capacidad de movimiento. Y permanecieron así, a partir de ese momento, para siempre. Ancladas a aquella terrible oscuridad; mantenían el vuelo silencioso del castillo flotante. Impenetrables y ausentes; acompañadas de un viento inmóvil. Incapaces de tomar impulsos, de surcar cielos y mares, encerradas en la imposibilidad de volver a volar.

Noemí Mejorada at 10:37 PM

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