Monday, March 05, 2007

Mientras los gigantes peleaban...


Esta es la historia:

En un país muy lejano y poderoso los miembros del parlamento y el primer mandatario planearon la estrategia perfecta y lanzaron una gran bomba. En el país receptor, la sangre llenó las calles. Los automóviles yacían destrozados y los cristales de los aparadores se habían convertido en añicos. Las paredes de los edificios se resquebrajaron y los gritos se resguardaron en sus grietas. Sin duda alguna, la masacre más importante de la que se ha tenido noticia.

A la mañana siguiente la tragedia acompañó a todas las letras de los diarios nacionales e internacionales. Y las movilizaciones no se hicieron esperar: a las cuatro de la tarde una gran marcha partiría del centro de aquella dolida cuidad hasta el palacio de gobierno.

Seguidos de una gran multitud, los líderes de la manifestación agitaban sus enormes pancartas mientras un altavoz escupía consignas que habían aprendido a rimar. Todos en fila india. Compartían el aire y se les enchinaba la piel con los alaridos del altavoz. De pronto, una mujer de complexión más o menos ancha sintió que la respiración le fallaba. Era la estrechez de la calle en la que había doblado la comitiva que dejaba poco espacio para avanzar. La multitud se volvió una masa pegajosa; casi viscosa. El sudor escurría a gotas gruesas por frente y axilas. Y la mujer comenzó a tener pensamientos oscuros: si abriera los brazos, quizá el señor que se encontraba a su derecha entendería que estaba invadiendo su espacio vital; quizá si empujara un poquitín…

Pero la comitiva seguía avanzando mientras el sol se dejaba caer en fuertes rayos. La mujer jadeaba; los pies hinchados comenzaban a punzarle y no tenía espacio para sacar un pañuelo de su bolso. Fue entonces cuando perdió la cabeza. Y también el corazón. Lanzó un fuerte alarido que hizo llorar a todos los bebés presentes y comenzó a avanzar propinando empujones a quien se atravesara en su camino. Las consignas sonaban en sus oídos como fuertes punzadas y solo quería salir de ahí. Empujó y golpeó hasta que un joven estudiante le hizo frente.

La desesperación es una enfermedad endémica. Nadie en esa marcha lo supo comprender a tiempo.
Foto: Lilya Corneli

Noemí Mejorada at 10:41 PM

2comments

2 Comments

at 7:37 AM Blogger Vala Sailhin said...

La desesperación sería quizá característica de nuestro momento, sin embargo, por qué estamos desesperados: todo pasa tan rápido, que diera la impresión de que no sucede nada. Todo viene a ser una sucesión de eventos miniatura, que se unen en breves lazos de tiempo. No más. Pero entiendo, que no pase nada es soportable, que se transcurre en minutos livianos, también, pero que te asfixien, eso sí que no!!! Me resisto y te apoyo!!!un beso curvi, te quiero

 
at 7:45 AM Blogger Noemí Mejorada said...

Eventos miniatura porque nosotros somos miniatura. Es verdad. En comparación con George Bush, por ejemplo. Ese gigante...

Los empujones miniatura, el sudor miniatura, la desesperación en miniatura. Todo va acorde con nuestro tamaño habitual.

Yo también te quiero!!! Y te amo!

 

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