Thursday, February 26, 2009

No mirarás


El vapor empañaba los cristales de un auto que se encontraba estacionado afuera de un terreno baldío. Ahí, se perdía entre la soledad y la neblina propias de la madrugada. Dentro, un par de lenguas jugueteaban una con la otra, ansiosas de ir más allá; de salir del área del rostro e inspeccionar otros rumbos. Las piernas se rozaban en un contacto a través de la gruesa tela de mezclilla. Los dedos resbalaban por cada rincón posible permitiéndose sentir el cuerpo del uno en simbiosis con el otro como nunca antes lo habían hecho. Los besos se sucedían y las caricias parecían no tener fin. Luis pasó su mano por la espalda de Ricardo y la acarició por debajo de la camisa. Ricardo se desabotonó el pantalón mientras colocaba la mano libre de Luis en su interior. Sus respiraciones estaban agitadas y el volumen de los murmullos de ambos comenzó a subir de intensidad.

La ventana de la habitación de Gerardo daba a la calle principal de su casa frente a la cual se encontraba el terreno baldío. Éste, se paraba frente a ella todas las noches y encendía un cigarrillo aprovechando que sus padres se acostaban temprano. Era adolescente y la inquietud por el cigarro, el alcohol y otras cuantas prohibiciones comenzaba a despertarse en él. Sus padres, católicos de formación y religiosos y conservadores por convicción, consideraban que su hijo debía ser alejado de toda acción que pudiese conducirle al pecado. Por lo tanto, Gerardo asistía cada domingo a misa y por las tardes de la semana, ayudaba al sacerdote de la iglesia con las labores de monaguillo. Sus padres estaban orgullosos de él, sin embargo, no se lo demostraban para no dejar que se instalara en la confianza y se alejara de sus obligaciones cristianas.

Pero Gerardo estaba creciendo, y la ideología religiosa recibida desde que tenía uso de razón se estaba empezando a confrontar con su propia criticidad interna. Había algo en él que le quería llevar por otros caminos, que le conducía de manera casi involuntaria hacia otros lados. Sin embargo, a pesar de que una corazonada le indicaba lo contrario, Gerardo guardaba respeto a Dios y obedecía sus mandamientos; y esperaba que el camino que se comenzaba a contornear difuso frente a él no le alejara demasiado de la espiritualidad. Fumaba y bebía de vez en cuando una cerveza con sus compañeros de la secundaria cuando le invitaban al parque después de clases; pero no confrontaba a golpe seco los preceptos católicos a través de los cuales regía su vida desde pequeño.

Esa noche algo le hizo despertar. No había salido a fumar y estaba en su cama intentando conciliar el sueño. De pronto algo le despertó de manera inesperada; eran unos ruidos que provenían del exterior. Se puso de pie y corrió las cortinas; vio un auto estacionado. Estaba apagado pero había movimiento en su interior. Enfocó la vista lo más que pudo y permaneció inmóvil un par de minutos. Entonces logró distinguir a los chicos. Dentro se acariciaban sin parar; extasiados por el contacto de sus cuerpos. Gerardo, impresionado por lo que estaba sucediendo ante sus ojos, no pudo dejar de mirar.

Luego de veinte minutos, Luis bajó del auto y encendió un cigarrillo. Después lo alcanzó Ricardo. Afuera del auto, recargados en la portezuela del conductor se abrazaron amorosamente. Las bocanadas eran como suspiros que viajaban por el aire y se dirigían hasta el cielo. Luis lanzó el cigarrillo al piso y lo apagó con el pie; luego besó suavemente a Ricardo en la boca y en el cuello. Subieron al auto, arrancaron y partieron.

Gerardo volvió a la cama pero no podía dormir. Pensaba en los dos chicos que sin restricciones se habían entregado al placer, y era maravilloso. Sus ojos, más iluminados que nunca, se embarcaron en un viaje nocturno y lejano. Mientras se masturbaba recordaba esa leyenda que tantas veces había leído en el baño de niños de su colegio: No te toques, Dios te está viendo. De pronto se sintió a años luz de Dios y percibió cómo una especie de puerta se abría en su interior. No le importó y tampoco tuvo miedo. Una convicción se le había dibujado redonda frente a sus ojos. Intentó dormir de nuevo. Nunca más volvería a ser el mismo, nunca.

Mientras dormía, las manos de Luis y Ricardo se entrelazaron sobre la palanca de velocidades del auto en movimiento; y eso era como estar de noche en el cielo, mientras Dios está durmiendo.


Fotografía: Eugenio Recuenco

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Noemí Mejorada at 5:19 PM

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Monday, February 23, 2009

Perro callejero


En la curva del kilómetro 38 de una carretera casi olvidada se encontraba Karim. La luz de un viejo y oxidado arbotante le iluminaba parcialmente el rostro; un rostro deformado por las inclemencias del vagabundeo. Una gran cicatriz le atravesaba la cara de forma diagonal como buscando dotarle de dos rostros. Uno de ellos recibía las limosnas de luz de la lamparilla; el otro no se dejaba tocar ni por el reflejo de la luz de la luna.

Estaba sentado en el piso y tenía las rodillas encogidas, por lo que la barbilla descansaba sobre ellas. Sus brazos rodeaban en un abrazo su par de piernas y, de su boca, se escapaba una especie de melodía que sonaba como un silbido. Karim silbaba mientras el viento daba inicio a un lúgubre viaje para transportar aquella extraña musiquilla. Su cuerpo se mecía de adelante hacia atrás; lentamente, pausadamente, en un vaivén de lentos y casi imperceptibles giros. Nadie le miraba, nadie le acompañaba; el silbido viajó por la carretera contorneando sus irregulares curvas.

Por el kilómetro 36 se acercaba Lola. Esa noche había planeado encontrarse con sus compañeros de la universidad para pasar el fin de semana en una cabaña en las afueras de la ciudad. Manejaba un auto Renault modelo 68 mientras tatareaba una canción de Gloria Gaynor. Detrás del cristal del auto, agarrada fuertemente al volante, se mordía el labio inferior. Esta era una manía suya que la hacía verse un tanto sexy. Era una chica linda y, aunque su belleza se empeñara en ocultarse tras las gafas de aumento que usaba desde los 13 años, había momentos en los que era imposible dejar de notarla. Esa noche se había puesto un vestido negro ajustado y medias tintas, por lo que su figura se enmarcaba en una serie de curvas pronunciadas. Su cabello negro se movía a la par del viento que cortaba la piel como navaja fina y que entraba por la ventanilla del auto pegándole en la cara.

El kilómetro 36 comenzaba a agotarse y la promesa que se había hecho Lola de divertirse sin restricciones se involucró de pronto en un proceso de mutación extraña. Gloria Gaynor cantaba I will survive y Lola tarareaba la letra. De pronto, justo antes de iniciar el kilómetro 38 su auto comenzó a fallar y se detuvo antes de la primera curva. La cabina de teléfono no estaba lejos, indicaba un señalamiento, así que Lola decidió bajar del coche y caminar hasta encontrarla. Sus pasos se encajaban a manera de taconeo sobre el concreto de la carretera y su silueta se convirtió en una sombra que se movía entre el paisaje.

Después de haber recorrido medio kilómetro sin encontrar otra cosa que no fueran matorrales ensombrecidos, Lola comenzó a desesperar. Estaba cansada y la altura del tacón de los zapatos le impedía moverse con rapidez. Entonces se detuvo para quitárselos cuando frente a ella se irguió la figura de Karim. Estaba parado sin emitir una sola palabra, únicamente la observaba. Lola, asustada, se echó para atrás en un brinco. La noche estaba pretendiendo tomar forma de una angustiosa persecución y el silencio buscaba convertirse en una especie de callejón sin salida. Karim, sin dejar de observar a la chica, extendió uno de sus brazos como queriendo tocarle el rostro, ésta, inmovilizada por una especie de pánico, se dejó acariciar por aquel extraño. La luna les iluminaba cual reflector silencioso. Entonces, Karim sonrió descubriendo tras de su sonrisa una larga fila de redondos y amarillos dientes. Acercó el rostro hasta estar a 5 centímetros de la chica y luego, como de la nada, saltó sobre ella. Con sus dientes le arrancó la ropa y luego, a mordidas a veces agresivas y a veces suaves, la piel. La sangre formó un charco espeso alrededor de su cuerpo y la luna grababa como cámara un video desde el cielo. Así pasaron varios minutos. Luego de este tiempo, con la mejilla pegada al frío concreto, Lola observó alejarse a Karim. Caminaba encorvado hacia la fila de arbustos ensombrecidos. Poco a poco cerró los ojos. El joven vagabundo se ocultó y continuó silbando entre pausados giros. En ese momento, Gloria Gaynor sonaba ya lejana, como de otro mundo.



Fotografía: Eugenio Recuenco

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Noemí Mejorada at 2:40 PM

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