Saturday, March 21, 2009

Mi vida es así o de cómo M aprovechó el tiempo libre y garabateó un libro mientras estaba minusválida



No era escritora de formación, ni siquiera se sabía las reglas ortográficas. Era, más bien, una insensata minusválida matando todas aquellas horas que se atrevían a colarse en la habitación. Estaba tendida sobre unas sábanas muy blancas, con la pierna derecha enyesada y sostenida por una estructura de metal que estaba asida a la base de la cama. Tiempo atrás, jugando tenis, se había lastimado la pierna derecha, razón por la cual, el médico le había recluido en el hospital durante seis meses. Era una tragedia, había dejado inconcluso un partido de tenis, y con él la posibilidad de partir a Celaya a competir por el título Interestatal. M era una joven deportista que nunca había tenido buenas calificaciones, pero que, sin embargo, se esmeraba día a día por destacar en el ámbito de los deportes.

En sus tardes de enfermedad y ocio, con el blanco de las paredes del cuarto de hospital rodeándola por completo, se dedicaba a pensar en los partidos de tenis. Soñaba con la tarde fatal, en la que había corrido para responder aquel complicado tiro de su contrincante; e imaginaba que, al correr, no había pisado aquella bola, no había caído al piso y no se había fracturado el tobillo. Entonces, con los dos pies en perfectas condiciones, en lo largo y ancho de sus sueños, ganaba cada una de las competencias; iba a Celaya y ahí, recibía la medalla del triunfo. M giraba la cabeza de lado y echaba a andar su imaginación, como si con ello lograra dibujarse un futuro promisorio dentro del mundo del tenis. Se esmeraba en cada partido e identificaba sus fallas para corregirlas sobre la marcha. Así paso muchas horas, aproximadamente tres semanas.

Pero llegó un momento en el que el recorrido triunfal que había realizado oníricamente desde Guadalajara hasta el campeonato final en Celaya no le era suficiente; necesitaba algo más. Ya había delineado la totalidad de los partidos dejándolos limpios de errores, había identificado la manera de jamás cometer una falla. Ahora, lo que seguía, era no olvidar la fórmula, tenía que retenerla para siempre. Pasaron dos noches para que encontrara la manera: escribir un libro.

Se sabía muy bien el abecedario, recordaba las preposiciones y los artículos. Era suficiente. Pidió entonces un paquete de hojas papel bond y plumas de colores. Así, pasó noches enteras escribiendo. Luego de cinco meses, se sacudió las manos, dejó la pluma verde en la mesita de noche y pensó satisfecha: ya está lista mi obra. Acomodó las hojas de papel bond garabateadas sobre el escritorito de cama en el que trabajaba y cerró los ojos. Esa noche durmió tranquila.

Fue así como M escribió un gran libro con plumas de colores, y lo tituló Manual del deporte o de cómo hacer para no caer de la línea del triunfo. A la mañana siguiente, aprisa, como si alguien la estuviera persiguiendo, llamó a su amiga A para pedirle que fuera esa tarde al hospital. Al llegar, le mostró el manuscrito. A leyó el texto, e, inevitablemente, las faltas ortográficas y de puntuación cayeron, una a una, sobre sus manos y, ahí, se hicieron bolita como intentando esconderse entre ellas de la mirada inquisidora de la chica. Lo que ellas no sabían es que a nadie le dolía su ausencia, no eran necesarias. Aquellos garabatos se movieron en un mundo aparte, lejos de cualquier corriente literaria, lejos de los formalismos de la lengua escrita. Eran los sueños de una deportista; el paso atrevido del deporte por el mundo de las letras. Nada estaba prohibido.

Las comas y el punto final hicieron entonces sus maletas y salieron por la puerta trasera, los acentos, que antes se habían creído los artífices de la entonación del mundo, dieron media vuelta en un entero silencio. Salieron también. La pluma sonrió descarada porque sabía que jamás, en toda su historia, había sido tan libre. Las dos chicas charlaron toda la tarde sobre la gran hazaña pensando en el futuro éxito del manual. Después de unas horas cayó la noche y, entre las paredes de color blanco, se quedaron dormidas, profundamente dormidas.


Texto utilizado para la presentación de "Sueños de lavadora" el viernes 20 de marzo del 09 en la Casa Museo López Portillo en Guadalajara, Jalisco.


Fotografía: Eugenio Recuenco

Labels:

Noemí Mejorada at 7:38 PM

4comments