Tuesday, September 18, 2007

Confesión de una mujer arpía



- Debo confesar que he dejado de ser una mujer.

- ¿Cómo que has dejado de…?

- Así es. Desde hace tiempo. Si observas con atención, me han salido un par de diminutas alas y una cola.

- ¡Oh! Es verdad. Y ¿en qué te has convertido?

- Ahora soy un ave. Nuestro amor ha hecho que me broten alas, y entonces debo volar.

- Pero… nunca has volado, honestamente me da miedo verte caer desde lo alto.

- ¡Hombres!

- No mujer, no debes molestarte, tampoco debes intentar volar.

- ¡Calla! Ha llegado el momento de darnos el último beso.

(La pareja se besa en medio de un paisaje casi celestial; hay montañas y flores blancas a su alrededor. El beso se prolonga por varios minutos hasta que se ve interrumpido por una gruesa gota de sangre que sale de entre los labios entrelazados. Ella lo ha mordido).

- ¡Hey! Me duele. Podrías decirme al menos ¿en que clase de ave te has convertido?

(Pero en su rostro algo había cambiado. Antes de partir, de su boca salieron involuntarias un par de escurridizas palabras).

- Me voy porque si no, en este momento te comeré los ojos. Es que… ahora soy un genio maléfico y pronto tendré mis propias garras.

(Entonces voló, y él la observó en silencio. Ya nunca más habló con nadie, su silencio se prolongó hasta el fin de sus días. Era de esperarse, este es un mito del que ningún ser en la tierra quiere tener noticia).
Fotografía: Lilya Corneli

Noemí Mejorada at 10:24 PM

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Thursday, September 06, 2007

El basurero de la historia universal



Es momento de recordar mejores tiempos; buscar tras las pupilas todas aquellas imágenes que coexisten como trozos de metal empalmados unos sobre otros. Ha llegado el momento, y lo presiento, a mi alrededor ya huele a sudor. De no existir este vasto raudal de fotografías mentales, me habría preguntado hace ya mucho tiempo si tiene caso continuar; si no es mejor perderse para siempre en la búsqueda de los recuerdos que, por capricho de la vida, han quedado enterrados quién sabe dónde. El mundo entero, ése en el que nos ha tocado vivir, tiende a anudarse justo en medio de los ojos y en los cajones del tocador. Los fragmentos de tierra que he pisado antes, han guardado mis huellas debajo de montones de polvo gris.

María salió (María soy justamente yo; me encuentro de pie con las manos sobre el pecho y tengo los ojos cerrados) una noche a seguir sus propios pasos. Aquella movilidad involuntaria, independiente e insegura, la condujo durante varias horas hacia cualquier parte. Y caminó. Era una noche oscura, la llovizna, menuda y constante, le resbalaba por la frente y el pecho. Y caminaba. Su vida se había quedado como suspendida desde hacía varios años; se le había enmarcado como cuadro ornamental en las puertas de la cocina de su departamento. Sus pensamientos (todos ellos) resbalaban hasta el piso y, ahí, se confundían con la verdura que, silenciosa, se defendía del peligroso piso azul dentro de las oscuras bolsas de supermercado. A María no le gustaba ese retrato porque de joven había soñado con ser una elegante bailarina.

Pacientemente caminaba mientras tiraba del hilo. Y las imágenes se le salían de los ojos; se precipitaban con rapidez hacia afuera, para luego regresar rápidamente a su sitio: el colegio, las líneas rojas y azules de aquel uniforme en el que se enfundó durante tantos años, el árbol donde se sentaría cuando niña a pensar por vez primera en el amor. La sangre escurriendo de su espalda tras aquella caída, y la risa sofocada por el intenso dolor cosquilleando. Los collares de flores moradas y las noches con sabor dulzón. El blanco redondo de la luna bañando con su luz aquel par de ojos recostados sobre el cofre de un auto abandonado y el oloroso y primer maravilloso beso. Y apareció también, en todo su esplendor, la imagen construida desde la infancia, de una manera arbitrariamente imaginaria, del monstruoso espectro del abismo, aquel extraño ser que con sus garras arrastraba a su propio fondo todo aquello que pasara frente a él. Y María se quedó parada (como estoy en este instante), observándolo de frente, y dejándose observar por él. Hasta entonces María no había creído nunca en su invisible poder. Hasta entonces, es decir, hasta esa noche cuando, seducida por la mirada oscura de aquel imaginario personaje, se tiró de frente a un profundo río…ese gran río que a menudo han llamado el basurero de la historia universal, o el sitio en donde el tiempo se fragmenta en millones de gotas sueltas.
Foto: Dementee

Noemí Mejorada at 8:47 PM

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