Tuesday, November 20, 2007

Diálogo melodioso entre Locutor e Interlocutor



Hacía un tiempo maravilloso. Los árboles habían reverdecido poblando sus ramas de hojas fuertes y olorosas. La tierra se afianzaba húmeda y la lluvia había dejado de caer. Era el tiempo perfecto para salir a dar un paseo a pie.

Locutor e Interlocutor bajaron del tren y caminaron por el largo sendero bajo los verdes árboles. Unas gruesas gotas de agua cristalina que se desprendían de las altas ramas mojaban sus rostros y el viento manejaba el movimiento de la falda de Interlocutor. Locutor veía de reojo los tobillos y de vez en cuando un poco más, sobre todo cuando el viento insulso decidía lanzar su rumbo hacia el sur.

Y ambos dejaron sentir un roce. Nudillo contra nudillo mientras se marcaban lentos los pasos, muñeca contra muñeca mientras aceleraban y desaceleraban el ritmo y las emociones. Fue en ese instante, en el justo momento del roce, que Locutor rompió el silencio y dio inicio a una de las conversaciones más melodiosas; una conversación que sonó casi como una sonata a media luz.

- Interlocutor -dijo- ¿has pensado en nosotros? Yo siento que sí lo has hecho y he venido a escuchar tu opinión.

Interlocutor sonrió sinceramente y asintió con la cabeza. Se encontraba de lado a Locutor y caminaba cuidadosamente sobre el piso enlodado. Suspiró profundamente y después dijo:

- Hace un tiempo maravilloso, los árboles han reverdecido. La lluvia ha dejado de caer y la tarde me cae en el cuerpo como un baño de agua caliente. Siento que te quiero.

Interlocutor dejo de mirar al piso y giró el rostro hacia su compañero. Acercó aun más su mano y le tomó el dedo meñique con el suyo. Así, con los dedos entrelazados, continuaron el camino. Locutor miraba al cielo, se había entregado por completo a la sensación de proximidad con Interlocutor. Cerró unos segundos los ojos y después dijo:

¿Te has fijado en la manera en que los árboles han reverdecido? A eso le llamo vida, y los veo y siento que algo recorre mi cuerpo. También llamo vida a tu proximidad, y al viento cuando choca con tu falda. Siento que te quiero.

Locutor pensó por un instante que sería maravilloso tomar completa la mano de Interlocutor y se dejó llevar por aquel impulso. Acariciando suavemente la palma con las yemas de sus dedos, dejó sentir la totalidad del contacto. Interlocutor se sonrojó, pero esto no lo notó Locutor ya que continuaba con el rostro hacia el cielo y tenía los ojos cerrados. Sonrió y soltó al viento un intenso suspiro.

El paseo continuó y la armonía en las palabras que giraba alrededor de los conversadores hacía las veces de una partitura frente a la batuta de un director de orquesta. La tarde embellecía cada vez más.

Locutor e Interlocutor se sentaron al pie de un inmenso árbol, y se dejaron abrazar por él. Locutor dejó caer su mano libre en la pierna de Interlocutor y la acarició amorosamente. Después, impulsado por aquel acercamiento, que en su interior juzgó de osado, tomó la mejilla de Interlocutor y la besó profundamente; tanto que todas las horas de aquella tarde se anudaron entre los corazones que palpitaban fuertemente, uno, al lado del otro.

Las palabras cayeron de inmediato al piso y guardaron un silencio casi sepulcral. Descansaron tranquilas sobre la tierra mojada esperando pacientes el aliento que las hiciera volar de nuevo. El beso final hizo que el telón cayera junto con la noche, tal y como sucede en el escenario de un teatro.

Aquella conversación habría sido un éxito total; incluso, se podría afirmar que pudo haber sido la más útil de los últimos tiempos, de no haberse celebrado entre dos sordos. Pero no importaba, nada de eso importaba. La eternidad se había hecho un nudo fuerte en medio de dos palpitaciones. Esos corazones habían quedado unidos para siempre en el silencio de una noche cualquiera, detrás de un gran telón. Locutor e Interlocutor rieron, se miraron directo a los ojos, y emprendieron el camino de regreso a la ciudad.
Fotografía: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 7:10 PM

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Monday, November 05, 2007

De cuando el amor se ensucia y termina por limpiarse solo


-¡Chingado con ésta madre, como siempre no cierra! – Se escuchó detrás del cancel de al lado mientras Josefina salía de su casa para dirigirse al trabajo.

-¡Chingado con ésta madre, como siempre no cierra!- Se escuchó dentro de la cabeza de Josefina mientras F intentaba cerrar la cajuela de su coche después de haber llegado a casa, de la universidad. Y es que Josefina escuchaba lo mismo cada vez que daban las 3:40 p.m., y tenía que ir a trabajar el turno vespertino en la galería de arte del centro de la ciudad con los oídos sucios por las malas costumbres de su vecino. Eso la enfadaba tanto, que el camino de su casa al centro le parecía como de papel roca recién arrugado, es decir, difícil de transitar. Era lógico ¿a quién le gusta ser receptor de una queja diaria a domicilio? ¿Mucho peor, si esa queja es siempre es la misma? Josefina no lo podía evitar y dejaba libres dentro de su auto unos cuantos pensamientos injuriosos: ¿y porqué carajos no manda arreglar esa cajuela? ¡si a mi me molestara algo tanto, inmediatamente lo repararía! ¿qué tanto puede costarle? Así, la cabeza y los oídos de Josefina tardaban media hora en quitarse los inútiles reproches y las sucias palabras que salían de la boca de F (respectivamente), para recibir la amplitud del silencio del arte en la galería.

En su casa, F comía solo, realizaba los proyectos que las materias de su universidad le exigían y, cada mes, salía a cobrar la beca que recibía por sus buenas calificaciones. F era un chico brillante que disfrutaba a placer observar a Josefina mientras cerraba la galería; así es, F había conservado la costumbre de salir dos veces por semana, dirigirse a la galería del centro de la ciudad y ver encantado las piernas de su vecina, las cuales le parecían el soporte idóneo de un cuerpo maravilloso y un rostro perfecto. Josefina siempre usaba falda.

Por lo complicado de sus horarios, Josefina y F nunca se habían visto. Josefina entraba a la galería a trabajar su primer turno a las 9:00 de la mañana, hora en la que F se encontraba en la clase de historia del diseño, que era la segunda del día. A las 2:00 p.m., Josefina salía dos horas a comer para regresar a trabajar a las 4:00 de la tarde. F regresaba de la escuela a las 3:30, hora en la que Josefina se encontraba alistándose para regresar a trabajar. F y Josefina se encontraban parados el uno junto al otro todos los días a las 3:40 p.m. Josefina se subía al auto mientras que F sacaba sus planos de la cajuela de su Chevy gris. A F y a Josefina los separaba un muro de 30 centímetros de ancho y 3 metros de altura; y un -¡Chingado con ésta madre, como siempre no cierra!

F veía atento cómo las piernas de Josefina se movían largas y esbeltas dentro la falda amarilla, y pensaba en invitarla a salir. Estaba sentado en una pequeña banca de madera con un libro titulado El diseño aplicado a los alimentos, cuando Josefina salió de la galería. F sentía que su corazón iba a explotar y a salir en pedacitos por su garganta, pero aun así se levantó, guardó la página del libro que había dejado inconclusa con el pulgar derecho y caminó directo a la galería. Se acercó y, con toda la educación de que había adquirido de su madre, le extendió la mano para presentarse. -Buenas noches, mi nombre es Fabián. Disculpe el atrevimiento, pero quiero decirle que es usted una mujer esbelta y hermosa y me gustaría conocerle más. La he observado desde hace meses y me encantaría invitarle un café. Tengo mi auto a una cuadra, si me permite, podemos ir y regresar a este punto para que usted pueda partir a su casa-.

Josefina titubeó unos segundos y sin saber porqué, aceptó la invitación de aquel desconocido. Caminó a su lado y permitió que le abriera la puerta de un Chevy gris. Antes de poderse subir, Fabián pidió una disculpa por haber dejado los planos de la escuela en el asiento del copiloto y le pidió que le permitiese colocarlos en la cajuela. Josefina esperó sin decir una palabra, estaba tan nerviosa que sólo pudo dejar escapar una sonrisa, la sonrisa más hermosa que Fabián vio en su vida. Tomó los planos, abrió la cajuela y los depositó ahí. Después procedió a cerrarla, pero no pudo. Entre dientes dijo: -¡Chingado con ésta madre, como siempre no cierra! Josefina se sintió como paralizada, había alcanzado a escuchar lo que en murmullo había dicho el desconocido. Mantuvo el silencio y la sonrisa en los labios. Le pareció jamás haber escuchado una frase más encantadora. Subieron al auto, Josefina no dijo palabra. No era necesario, los dos sintieron, en el mismo instante, cómo una profunda calma les recorría la espalda. Fabián manejó tranquilo aunque un poco desconcertado ya que le pareció sentir, justo debajo de las llantas del carro, como si se hubiera desanudado el concreto; como si las arrugas de una especie de papel roca cedieran ante la velocidad de su acelerador. Tampoco dijo palabra. Pensó que no era necesario, miró de reojo a Josefina y siguió acelerando.


Fotografía: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 1:53 PM

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