Wednesday, February 20, 2008

Sueños léperos



Desde su azotea Javier observaba atento a su vecina mientras ésta tendía su ropa en el lazo del patio de su casa.

-¡Fiu fiu vecina, que buena te ves con ese mini short!
-Ay este naco, otra vez con sus leperadas.
-¡Ay vecina, creo que se te cayó un brassiere al piso! agáchate por el ¿no?
-Bueno, este idiota ¿quién se cree que es? No me voy a agachar por nada del mundo.
-Vecinita, pst, pst, ¿me lavas mis calzones? Voy a tu casa y te los dejo, si quieres me los puedes quitar tu… ja, ja, ja…
-Qué tamaño de imbécil, no pienso darte el gusto de voltear.
-Güera, si me muero…
-Ya, ¡esta blusa y se acabó!
-Pst, pst, chula, ¡hey! mami, que rica…
-Vete al diablo idiota, ya me voy.

Desde su azotea Javier observó cómo su bella vecina dejaba a la mitad el bote con ropa para encerrarse en su casa. Desde la ventana de su recámara, Selene veía molesta a Javier. No lograba reconocer muy bien sus facciones pues Javier vivía en el tercer piso de los departamentos que se encontraban al lado de su casa; pero con la silueta bastaba, ¡era horrible!

En el tren, muy de mañana Javier se dirigía a la compañía de seguros donde trabajaba. Estaba sentado en el asiento de la ventanilla mientras Selene esperaba en la siguiente estación. El tren se detuvo y Selene subió a él. El lugar que se encontraba al lado de Javier estaba vacío y Selene se sentó en él si mirar a su futuro vecino de viaje. Javier cabeceaba en el cristal del tren; la noche anterior había pasado varias horas frente a la televisión porque por casualidad habían estado regalando el canal porno. Javier dormitaba y Selene leía, esa tarde daría una clase en la universidad y debía estar preparada.

Entonces, de pronto, el tren frenó y Javier se despertó de golpe. Llevaba gafas oscuras y una gorra, lo cual imposibilitaba verle el rostro completo. Selene no lo reconocía, más aún porque nunca lo había visto de cerca. Después de haber despertado de aquel semi-sueño, Javier miró de lado a Selene; la reconoció de inmediato, se incorporó y no dijo palabra. La boca se le hizo agua.

Selene bajaba a la estación siguiente. Tomó su bolso, lo colgó de su hombro, se levantó y caminó hacia la puerta. Javier no dejó de verla ni un instante; estaba enamorado de ella. Con una libidinosa mirada ideó la acción perfecta para cerrar tan maravillosa escena: se levantó y se acercó discretamente hasta estar a sólo unos milímetros de ella. Colocó su mano en el pantalón azul de Selene y apretó con las yemas de sus dedos muy suavemente mientras el tren abría sus puertas. Selene no pudo ignorar el contacto y se alejó rápidamente. Salió y giró la vista hacia el tren que cerraba sus puertas y se disponía a avanzar. Observó el rostro de Javier oculto tras las gafas y la gorra, y sólo pudo ver cómo su lengua lamía el par de labios satisfechos. Pero ya no podía hacer nada, estaba detrás de la puerta y el tren se alejaba. Sintió el mismo enojo que sentía cada sábado que tenía que salir a tender su ropa. Respiró profundo, se talló la cara y caminó hacia la universidad.

Lo que Selene no sabía era que, entre la mano de Javier y su pantalón azul, lo único que había era un amor puro y verdadero; una madeja de sentimientos haciéndose expresar. Pero hay veces en las que el amor es mal interpretado, sobre todo cuando el canal que lo comunica es una estrecha vía de aguas negras.
Fotografía: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 8:13 PM

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Wednesday, February 13, 2008

La permanencia de los sueños



- ¡Flash, flash! Acerca el lente, toma el lado derecho, ese es su mejor lado. ¡No, no, no, nomás no sirves de paparazzi!, ¿y así quieres irte a las grandes ligas?

- Ay sí, con eso es con lo que más sueño, estar en las grandes ligas. ¡Imagínate que pudiera lograr una primera plana con Britney! Soy hábil en esto.

- No, no lo eres y deja de soñar ¿sí? Rosarito, no te distraigas, ¿ves? se acaba de ir. Ni siquiera puedes con este político de quinta y andas pensando en Britney.

- Si te callaras y me dejaras hacer mi trabajo…

- ¡Mira Rosarito, olvídate de los sueños por un instante y córrele, se nos va!

- Ya voy, ya voy.

- Ya, es ¡ya!

- Algún día te demostraré que sí puedo Juan, algún día, y te voy a callar la boca - pensó Rosarito para sus adentros y corrió detrás del candidato - soy una bomba de tiempo.

Pero los diarios no mentían, y las fotografías tampoco. Juan acaparó las primeras planas del diario en el que trabajaban, y Rosarito puso una cara muy triste. Juan se acercó a ella y le pasó el brazo por la espalda.

- Rosarito, no te pongas triste. Fue la luz, no es tu culpa, eres buena. Discúlpame por lo de ayer, es que me estresé, ya sabes, soy profesional y debía tomar esas fotos.

Rosarito no dijo más. Caminó con la cara desencajada; estaba a punto de perder toda esperanza. Estaba a punto cuando de pronto, como de la nada, cayó a sus pies un pedazo de papel. Sin pensarlo lo tomó y caminó rápido, de frente, hasta llegar al baño. Entró a uno de los retretes, cerró muy bien la puerta y vio con un poco de temor aquel hallazgo. Estaba sola, lejos de Juan; lejos de cualquiera. Respiró hondo y miró bien: era una fotografía de Juan y en ella aparecía una importante estrella del cine nacional. La fotografía era única, inigualable.

- Ese Juan si que tiene talento –se dijo- ese Juan…

Pero Rosarito estaba sola, Juan no estaba ahí. Se miró al espejo y guardó la foto en su mochila. Con ella recobraría fuerzas, ganaría tiempo y después se largaría a las grandes ligas. Salió del periódico decidida a nunca más volver. No presentó su renuncia, la película se estrenaba al día siguiente y debía encontrar un buen lugar para publicar la foto. En ese momento lo que más importaba era la prisa. Britney se le dibujó en la mente. Se talló las manos una contra otra emocionada, aplaudió fuerte y comenzó a correr. Rápido, cada vez más rápido.


Fotografía: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 8:24 PM

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Thursday, February 07, 2008

De la delicia y el placer del toma todo y deja nada



Veinte años habían pasado y Romina no se había movido de aquel prehistórico escenario. Era una sala roja que tenía en su centro una linda mesita de mármol café que sostenía inerte una pesada máquina de escribir. Tenía en las paredes un bellísimo papel tapiz verde pistache, y las irregulares figuras de rombos y triángulos beige palidecían estáticas en él. Parecía que los muebles que rodeaban la pequeña salita habían estado ahí por siempre y que permanecerían ahí para siempre. El librero, gris de tanto polvo, miraba melancólico hacia la ventana que mantenía sus cortinas de terciopelo rojo siempre cerradas e impenetrables, tanto, que ni una minúscula gota de luz lograba filtrarse por sus poros. Era una gruesa cortina de pesada caída, era la rigidez que pendía de un triste cortinero enmohecido. Sólo la tenue y amarillenta luz de una pequeña lámpara iluminaba la pieza.

Romina se paseaba descalza por ahí, y posaba las plantas de los pies en su afelpada alfombra. Se sentaba de golpe en su cómodo sillón, y descansaba la vista cerrando lentamente los ojos. Siempre prefería el love sit, aunque el folleto promocional de la sala tuviera en la fotografía de portada a un hombre acompañado de una mujer. También suspiraba, sobre todo cuando, de repente, pensaba en el amor. Romina era una mujer solitaria, y los 40 años le pesaban en la espalda como pesa el sopor de un cigarrillo después de ser fumado.

Cálidamente transcurría la tarde de aquel miércoles. Romina había pasado toda la noche y parte de la mañana trabajando en un documento que databa del siglo XIX. Analizaba una serie de casos de herencias y de viudas para la publicación de su próximo libro. Cansada, y con una ligera sensación de hambre en la boca del estómago, se levantó del sillón y dejó los lentes sobre la mesa. Caminó hacia la cocina, se preparó un plato de huevos con jamón, y volteó a la mesa del comedor. Ahí había un pequeño periódico medio arrugado que alguien había dejado a la puerta de su casa. Romina lo había levantado del piso y lo había colocado sobre la mesa sin prestarle atención. Se acercó y con la vista media descompuesta leyó el encabezado: ¿Busca usted pareja? … nosotros le ayudamos. Escriba a la dirección que aparece en la parte inferior derecha de la hoja y ¡listo! ¡Enamórese ya! Romina dejó el tenedor con huevo en el plato y, pensativa, se llevó la mano a la barbilla. Sintió un fuerte impulso que nacía desde el estómago, un empujón que la movía hacia adelante ¿Sería acaso una señal? ¿Debería seguir aquel extraño presentimiento?

Sin retirar la mano de su rostro pensativo caminó de un lado a otro; paseó sin dejar de sentir los leves empujoncitos en la espalda. Buscó con la mirada el folleto promocional de la sala que había adquirido veinte años atrás. Estaba sobre el librero gris. Lo tomó, y posó su mirada largamente en la escena que se desarrollaba sobre el sillón: el hombre acompañado de la mujer. Luego lo dejó en su sitio y volvió al trabajo. Esa noche fue larga.

A la mañana siguiente, Romina se levantó, se lavó los dientes, y después fue a la sala a terminar el trabajo que había dejado inconcluso; pero no pudo sentarse, el librero la llamaba como el horizonte lo hace a media tarde con el sol. Caminó a leves empujoncitos hacia él y tomó entre sus manos el folleto. Lo miró de frente y entonces su sorpresa fue grande, muy grande. Esta vez, en lugar de la figura de la modelo que sonreía plácidamente en el love sit rojo, estaba sentada ella. Su sonrisa amarillenta estaba a punto de lanzar una carcajada de felicidad, y el hombre la miraba de reojo con una mirada que sólo podía ser la de un hombre enamorado. Pasó la lengua por sus labios resecos y luego sonrió. Un segundo después corrió detrás de esa imagen esperando alcanzarla y tocarla con las manos. Sabía que la alcanzaría, por eso se puso sus tenis sport blancos.
Fotografía: Brenda Ledesma

Noemí Mejorada at 8:23 PM

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