Thursday, January 31, 2008

Anecdotario minúsculo o la pequeña historia de Walda


Estuvo más de media hora con la nariz dentro del vaso. Lo giraba hacia arriba, hacia abajo, lo ponía de lado, sin despegar sus ojos de él ni un sólo segundo. Mientras tanto pensaba en las muchas formas que había para lograr su objetivo - ¡Con una servilleta! o… un palito…- sacudía el vasito y soplaba de vez en vez.

El sol se ocultó por el horizonte azulado y entonces Walda lo logró. Puso dentro del vaso la trampa perfecta: un lápiz HB de 10 cm. de largo; tamaño ideal para lograr mantener su mano fuera y no ponerse en peligro. El bicho subió a él y con las alas empapadas, que irremediablemente se le pegaban al cuerpo, caminó con la lentitud de una tortuga. Estaba borracha de tanta miel, y calculaba cada pasito con mucha dificultad. Walda se sonrió, sacó el lápiz del vaso y dejó al bichito en el jardín. Luego se acostó en el pasto para verlo de cerca hasta que el bicho sacudió sus alas al viento y voló.

- ¡Hoy salvé una vida! Tardé mucho, pero al final encontré la recompensa a todo el esfuerzo. La abeja está viva. ¿Qué les parece?

Sus hermanas no voltearon a verla. Estaban seriamente ocupadas con las tareas domésticas. Walda, elevando la voz, dijo:

- ¿Qué les parece? ¡eh! niñas, ¡les estoy hablando!

Pero sus hermanas seguían seriamente ocupadas con las tareas domésticas.

Walda pensó que esa era la historia de su vida; y era cierto, pues siempre se movió dentro del minúsculo mundo de las cosas sin importancia. Pero eso no le importó, Walda no dejó de sonreír. Salió al jardín, se sentó en el pasto, y bebió, en tres grandes tragos, el peligroso mar de fanta que alzaba sus olas imponentes dentro del vaso de plástico azul.
Fotografía: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 4:26 PM

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Monday, January 21, 2008

De la gula y otros pecados


Lo que más disfrutaba Sabina en la vida entera era pensar en comer lo que fuera; imaginar los alimentos del día y realizar el acto mismo de tragar mientras su insaciable paladar atrapaba los sabores tal y como lo hacen las lenguas de las ranas con sus presas. Nada más le importaba en el mundo. Si Sabina trabajaba mañana y noche era para poder cumplirse todos sus caprichos alimenticios. Disfrutaba de manera desbordada cada mordisco de panqué o cada bocado de pay de nuez. Siempre prefirió los sabores dulzones; sin embargo, cuando era necesario, comía a placer cualquier platillo salado. Y bebía mucho también. Cada vez que preparaba algo para comer, se hacía de la compañía de algún refresco de sabor. Bebía apresurada y sonreía al sentir el ardor en la garganta que producía el exceso de gas de la botella. Sus ojos lloriqueaban y su respiración se agitaba. Sabina pensaba que no había mayor placer humano; mejor sensación entre todas las sensaciones de la historia. Y es que cuando comía, el mundo entero, así de gordo y redondo como se ve en los documentales del Discovery Channel, se paralizaba totalmente; dejaba de moverse ante sus ojos y, en medio de ese escenario fotográfico, solamente podía observarse el movimiento de los dos profundos pozos que se hundían justo en el centro de sus mejillas sonrojadas mientras ella masticaba de prisa.

Una noche afortunada, mientras la luna resplandecía hermosa entre dos enormes nubes negro-azuladas, Sabina salió al Oxxo de la esquina de su casa. Llevaba en la mano un bolso y dentro de él, una cartera rebozante de monedas de todos los colores y tamaños. Bajó las escaleras de su departamento, dio vuelta al salir del edificio y caminó por la acera de concreto. Estaba dispuesta a comprar, con el dinero que cargaba en su bolsita, un croissant de chocolate. Entró en la tienda, se acercó al mostrador y pidió aquel delicioso producto. Mientras tanto, una joven de aspecto descuidado que cargaba una estopa sucia en las manos, había entrado en la tienda también. No tenía zapatos y traía el pelo despeinado. Tomó un panqué, lo colocó en el mostrador y a su lado dejó caer un montón de moneditas sucias. Antes de marcharse con el pan, dio una brusca vuelta y regresó a los refrigeradores a buscar una bebida fría. Sabina no había dejado de estudiar cada uno de los movimientos de la chica sin perder de vista el panqué. El cajero le entregó el croissant de chocolate y Sabina pagó 12 pesos.

-¡Gracias por su compra, que tenga usted buenas noches!

Sin titubear, y calculando cada uno de los movimientos, tanto del cajero como de la chica que se encontraba indecisa en los refrigeradores, esperó el momento perfecto. Cambió de su mano derecha la bolsa que sujetaba el croissant a la mano izquierda, que sostenía la cartera y su bolsa y decidida miró a los dos lados. Nadie la observaba. Tomó el panecillo del mostrador y lo metió en su bolso de mano. Después caminó de frente hacia la salida. Una leve y oscura sonrisa se le dibujó en el rostro. La chica salió del pasillo del fondo y pasó a su lado. Sabina la miró de reojo y volvió a sonreír. Apresuró el paso y se perdió entre la oscuridad de la noche. Esa noche sería feliz, ya que tendría doble ración en su cena. Esa noche sería, sin duda, maravillosa, ya que comería a placer dos panecillos diferentes sobre sus sábanas blancas. Soltó una carcajada que crujió en la soledad de la calle como una rama seca.

- Me sentaré en la cama… ¡Al carajo con las migajas!
Fotografía: Lilya Corneli

Noemí Mejorada at 7:55 PM

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Tuesday, January 08, 2008

El monstruo





-¡Oye sodomita, puedo ver que estás haciendo algo detestable con esa vaca!- gritó fuerte desde el establo a un joven de sombrero gris que se observaba a la lejanía en medio del campo junto a una vaca. Pero no obtuvo respuesta. Pudo observar que el joven y la vaca se alejaban a la par por el horizonte azulado.

En la taberna, comentó el hecho insólito.

- Lo vi, estaba en el campo con la vaca. Es un monstruo.

- ¿Y no te dijo nada?

- No, corrió llevándose consigo a la vaca. Llevaba un gran sombrero gris puntiagudo y un saco café oscuro. ¡Ese monstruo!

Entonces, aquel joven entró a la taberna. No se mostró nervioso ni intentó ocultar su rostro dentro del saco café. Había dejado a su vaca afuera esperando, mientras él entraba a beber una cerveza. La mesa en la que se encontraba sentado el delator se quedó muda, casi paralizada. Cinco pares de ojos siguieron la figura del adolescente hasta la barra del bar y ahí permanecieron posados durante 15 min., que fue el tiempo en el que el muchacho pidió y bebió una cerveza helada. Dejó el vaso sobre la barrita y salió de la taberna. Los cinco pares de ojos lo acompañaron hasta que su figura se perdió detrás de la puerta de madera.

El rumor se corrió como se corre una enfermedad endémica; aparte de que el pueblo del que hablamos era muy pequeño. En adelante, el muchacho tuvo que cargar con las miradas juiciosas de la gente de lugar. Esta situación se prolongó hasta el día en el que aquel incomprendido monstruo decidió partir para siempre acompañado de su vaca. Nunca nadie volvió a verle; sin embargo, su recuerdo se mantuvo en la memoria de muchos; y permaneció grabado en el imaginario colectivo adoptando formas y figuras diversas. También pasó de generación en generación.

Así sucede cuando los sentimientos se salen de su cauce y deciden navegar por rumbos extraños y desconocidos; así sucede cuando el amor supera cualquier incompatibilidad natural. Esta es la historia de la diferencia; de las rutas subhumanas que ha cavado el amor a lo largo de la historia.

Historia basada en un caso real…

El testimonio y su consecuente análisis puede encontrarse en el libro “Crímenes Sexuales. Desde el Renacimiento hasta el Siglo de las Luces” de William Naphy.

Foto: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 10:36 PM

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