Wednesday, October 24, 2007

Sueños de lavadora


Una gruesa gota de sangre manchaba la blancura de la ropa remojada en cloro cuando Camila despertó inesperadamente de aquel sueño; se encontraba de pie frente a la lavadora y soñaba despierta, con los ojos cerrados, pero despierta. Estrenaba aquella tarde una linda lavadora usada y la había colocado en su patio de lavar. La observó atentamente, casi como lo hacen las mujeres enamoradas, la tocó, le dio tres golpecitos a manera de aprobación y después se dispuso a olerla. Abrió la tapa y hundió su nariz en el interior, olía bien. Satisfecha se dispuso a hacer la primera prueba.

Tomó de la habitación contigua una bolsa negra de plástico y sacó de ella tres blusas blancas. Llenó con agua, jabón y cloro la cajita interior de su nueva adquisición y apretó el botón de inicio de ciclo de lavado. Cuando el ciclo hubo terminado, procedió a vaciar el agua por la instalación del desagüe de su departamento, pero, lamentablemente, éste era muy estrecho. Miles de ideas pasaron por su cabeza en ese instante, muchas de ellas terribles, fatídicas. Una, por ejemplo, fue la de pensar que había tirado a la basura la cuarta parte de la quincena en un artículo que no iba a poder utilizar por el defecto de las instalaciones del piso en el que vivía, otra, fue la de empezar a resignarse a que tendría que volver a caminar cada domingo tres largas cuadras hacia la lavandería cargando sola una pesada bolsa de plástico.

Un poco enfadada sacó de la alacena un balde verde pistache y comenzó a sacar el agua de forma manual, para tirarla en el lavatrastes, a pesar de no ser ésta, en definitiva, su función. Llenó de nuevo con agua, jabón y cloro y reinició el ciclo de lavado. Fue ahí, justo en ese momento, que se perdió en la fabricación de un sueño conciente, de un pensamiento lleno de amor e ilusión: soñó con un desagüe amplio, por donde cupiera toda la espuma que, en adelante, saldría de la gruesa manguera negra. Y se perdió allí por varios minutos, encantada con la idea y sin poder borrar la sonrisa involuntaria que se le dibujó en el rostro.

Así transcurría aquella maravillosa tarde cuando Camila abrió los ojos para supervisar el ciclo que ya se encontraba justo a la mitad. Entonces se dio cuenta de que tanta emoción le había impedido ver que media hora antes, la elaboración de la ensalada le había provocado una herida profunda en la mano derecha, misma que había dejado colgando dentro de la caja de la lavadora después de mezclar el jabón con el agua. La sangre escurría y manchaba la blancura de las blusas que se enjuagaban en cloro. Lamentó aquel hecho y se dispuso a tirar el agua para repetir la operación de lavado. Pero Camila era una mujer entusiasta, así que el lamento culminó con una leve sonrisa mientras tiraba el agua a baldazos por el lavatrastes. Después de todo, no volvería a caminar a la lavandería, después de todo, el teléfono del fontanero pendía de un imán en la puerta del refrigerador.
Fotografía: Lilya Corneli

Noemí Mejorada at 9:58 AM

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Thursday, October 18, 2007

Filosofía de medio tiempo


Hace tiempo conocí a un hombre que decía ser filósofo. Yo, siendo una importante figura en el mercado nacional, me interesé en charlar con él, así que contacté una cita en un café del centro de la cuidad.

Salí de la oficina portando un elegante traje oscuro típico en los hombres de negocios; me monté en mi convertible negro y manejé a 100/km. por hora hacia el lugar que habíamos acordado. Llegué y el hombre-filósofo no estaba ahí. Entré, pedí una mesa, la carta y un café expresso doble. Esperé veinte minutos, media hora, treinta y cinco minutos, y de pronto lo vi entrar, sacudiéndose el polvo del abrigo. Pasándose una mano por el cabello medio despeinado, alzó la mano y me saludó. Tomó la silla que lo esperaba junto conmigo en la mesa y pidió una cerveza helada. La conversación que ahí se construyó, entre mi expresso doble y su espuma de cerveza helada, ha marcado mi vida hasta hoy. Damas y caballeros; frente al filósofo que se encontraba dispuesto a sacar de su abrigo sucio todas las palabras que había fabricado para mí, esto fue lo que sucedió:

-Buenas tardes caballero, llega usted tarde.

-Así es, lo lamento de verdad, pero es que he tenido un par de inconvenientes con la chica con la que comparto el piso. Imagínese que ha querido sacarme a pasear hoy, justamente hoy que tengo una cita con usted. He tenido que ser dulce y explicarle. Se ha quedado sola en casa llorando; hace semanas que planea salir al cine.

-Bueno, me parece que no debería darme tantas explicaciones a mí, al fin y al cabo, soy sólo un hombre de negocios. No tengo derecho a cuestionar la vida de un filósofo como usted. De cualquier forma, he escuchado del desorden y del caos; y del orden que se genera a partir de los dos anteriores. Es una costumbre dentro del mundo intelectual ¿no?

-Así es caballero.

El filósofo abrió la carta que se encontraba frente a sí, y buscó la sección de bebidas.

-Me ha de disculpar, pero dentro del orden del caos que hay en mi vida, acostumbro beber diario. Es un hábito que me ha permitido realizar todas mis actividades sin inconveniente; es decir, de buena gana. Así que… no le importará que pida una cerveza ¿verdad?

-No, adelante.

-Y bien, me decía usted por teléfono que quería consultarme algunos detalles sobre su profesión, ¿no es así? Debo confesarle que me ha tomado por sorpresa, porque de negocios, la verdad, es que no se mucho, y pues, no se si vaya yo a ser de utilidad.

-Por supuesto que estoy conciente de ello. Sé que no es usted un hombre de negocios como yo, de hecho entiendo que… no me lo tome a mal caballero, pero entiendo que vive usted de manera austera, contentándose con lo que la vida le provee para pasar los días, es decir, para salvar el día siguiente… y el día siguiente… entonces, me gustaría conocer su opinión, desde el punto de vista filosófico, por supuesto, acerca de mi trabajo, de la economía capitalista y de las implicaciones que ésta tiene en la vida de personas como usted.

-Mmm, si, una opinión de alguien como yo, que vive al día… muy bien. Empezaré por decir que, si lo que desea es conocer el punto de vista filosófico sobre esos temas, podrá obtener sólo la mitad, es decir; media opinión, porque ha de saber usted que yo soy medio filósofo.

-¿Medio filósofo? ¿cómo es eso?

-Si, mire usted, y con esto daré por terminada la conversación; soy un hombre que, aparte de dedicar la mitad de mi tiempo en las labores propias del filósofo; es decir, pensar, reflexionar, criticar, escribir, soy vendedor de falluca.

Comencé a sudar frío dentro de mi elegante traje negro, nunca imaginé que un filósofo pudiera ser a tal grado una contradicción. Porque ser filósofo y partidario del made in China, era, aquí y en China, una gran contradicción. Sin embargo, disimulé dándole un trago al expresso que tenía entre mis manos, y que, a partir de ese instante, no solté ni un segundo. Mi interlocutor prosiguió:

-Terminada la carrera en Filosofía, me pronuncié a favor del materialismo. Seguía los preceptos, mantuve contacto con grupos de jóvenes comunistas, propuse soluciones, hasta que comencé a tener hambre. ¿Usted sabe lo que es el hambre?

-Sinceramente, no.

-Soy un filósofo de medio tiempo caballero. En este momento, por ejemplo, soy filósofo, pero el sábado por la mañana hago cambio de profesión. Ya no puedo decir cuál de las dos me da más satisfacciones. Y bueno, una justifica la otra. Ese es mi consuelo. ¿Sabe? El sábado por la noche, mientras cuento las ganancias y las separo en bolsas de plástico para destinarlas a los pagos correspondientes del mes, me pierdo en medio de pensamientos hermosos. Y me explico que soy parte de una estadística, y que es un problema común que ha echado profundas sus raíces en éste país; el problema del desempleo, por supuesto.

No soporté más y di el último sorbo a mi café. Saqué la cartera y pagué la cuenta. Salí del lugar sintiéndome afortunado por ser el único heredero de una gran fortuna, y por no saber nada de filosofía. Después de ese día, mis intenciones por abordar temas profundos se desvanecieron por completo. Es por eso que digo que desde entonces mi vida ha dado un importante giro. Ahora entiendo que elegir un auto moderno, con un sistema eléctrico sofisticado y rines cromados es el mayor placer en el mundo. En cuanto al filósofo, de quien, afortunadamente, he olvidado el nombre, no hablaré nunca más. Solo diré que los negocios van bien, que las ganancias se incrementan de manera asombrosa y que el materialismo apesta, como la filosofía, ya sea de medio o tiempo completo.
Fotos: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 10:48 PM

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Monday, October 15, 2007

Kitchen door



Se escucha el agresivo salpicar del agua sobre el aceite hirviendo; las piernas que se mueven rápidamente de un lado a otro; el sudor que se escurre por la frente y el calor de un pequeño horno de metal mientras truena en la espera del dorado perfecto del pan de avena. Rápidos y lentos pasan los minutos, rápidos para quien corre aprisa, lentos para quien observa atento la escena, para quien recorre en silencio, en este momento, las líneas de esta historia: tic, tac, tic, tac…

Los minutos se evaporan como el agua que hierve en la estufa; ahora solo resta esperar. Y ahí está Amelia, recostada en la madera de la mesa, junto a las frutas y la sal. Descansa. La sopa al fuego burbujeando y el agua color de rosa moviéndose dentro de una jarra de cristal, esperan junto con ella. También descansan.

La lluvia golpetea ligeramente el cristal de la ventana principal de la casa; un silencio tranquilo inunda el aire y la lentitud de sus giros. Todo espera en una profunda calma: la figura borrosa de Amelia junto al fuego inofensivo y los trazos del boceto de su sueño que yace en la mesa de su cocina, justo detrás de su par de ojos color castaño.

Amelia está soñando. Se ha dejado llevar, casi por inercia, a un largo viaje mientras hierve la sopa. Se ha perdido en la oscuridad del cansancio para simplemente estar de pie en medio de una amplia pieza iluminada por una larga fila de grandes y pequeñas velas. Ahí, parada de frente a una blanca pared, Amelia respira profundamente el calor de las llamitas encendidas; respira una y otra vez el intenso deseo que se esconde tras el lánguido fuego mecido por el viento. Como ellas, Amelia desea inmensamente crecer hasta derretir su cuerpo de cera; ansía quemar la rígida capa que la recubre toda. Las velas, como Amelia, desean caminar con sus propios pies.

El viento cobra fuerza a la par de la tormenta que se ha dejado desplomar pesada desde el cielo. La puerta de la cocina se azota contra la pared y regresa a su sitio. El cuerpo inmóvil de Amelia da un gran salto. Ha despertado del sueño. Rápidamente se incorpora como quien ha sido descubierto en medio de un acto delictivo y reanuda sus quehaceres sin decir una palabra. Abre la alacena y saca un libro: Mis recetas de cocina. Aún no ha preparado el postre.

Dulce de manzana y nuez

Ingredientes:

Tres manzanas ralladas
Dos huevos
Media taza de azúcar
Nuez molida

Manera de hacerse:

Se baten dos claras a punto de turrón, se mezclan con la manzana rallada y el azúcar. Se sirve en copas y se adorna con nuez molida. Terminado, se mete al refrigerador. Cómase bien frío.

Ahora, en el más profundo silencio, esperaremos a que caiga la noche…
Fotografía: Corinne May Botz

Noemí Mejorada at 1:25 PM

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Wednesday, October 10, 2007

Brevísima historia de un amor equivocado


Se conocieron una noche en aquel bar. Él, metido hasta el fondo en su chaleco verde; ella, mostrando un prominente escote negro; charlaron. Las sonrisas no se hicieron esperar. Ella pensaba mientras escuchaba a su interlocutor: “que guapo es, y no conforme con eso, es tan divertido… siento esa química, si, las mariposas que revolotean en mi estómago y ese fuerte asco en la garganta” Él, mientras tanto, no dejaba de hablar. Fue amor a primera vista, o al menos eso fue lo que los dos pensaron durante esos primeros veinte minutos. Como era de esperarse, intercambiaron números de celular.

Al día siguiente, alrededor de las cinco de la tarde, llegó el primer mensaje:

“Hola, no se si tu sentiste lo mismo, pero yo creo que hubo química anoche. No dejes que esa luz se apague, responde este mensaje.”

Ella, armada de toda su energía para contener la sensación de vómito producida por la intensa emoción, tomó el celular y respondió al llamado:

“Hola, ¿cuando nos vemos?”

Las citas se sucedieron unas a otras; el noviazgo empezó con el pie derecho. Todos alrededor se mostraban escépticos, pero entre los dos había, sin duda, un amor real, más verdadero que ningún otro en el mundo.

Un día como otro, pero menos afortunado que los demás, ella comenzó a sentir que el sentimiento de asco y de nerviosismo iban disminuyendo de manera rápida e inesperada. Comenzó a negarse a su enamorado. Él, nervioso, tal vez de más, la buscaba incesantemente. Él no lo sabía, pero eso empeoraría las cosas.

En un café, en reunión con sus amigas confesó:

“O sea, no es que no me guste, es lindo, me gusta mucho, me encanta pero… el otro día mientras hablábamos dijo algo… no es que quiera parecer obsesiva pero para mí uno de los aspectos más importantes en toda persona es el lenguaje ¿ves?, tiene que hablar bien… bueno, la situación es que… me dijo algo, una palabra: ¡haiga! No puedo con eso, rompe la burbuja, destruye el amor real y verdadero y, ¡lo peor!, es que yo no puedo hacer nada, siento, de verdad, que no puedo y bueno, ir en contra de mis sentimientos… es imposible.”

Las amigas comprendieron, todas eran profesionistas, muchas de ellas escritoras. No pudieron más que apretar la cara al escuchar la palabra defectuosa salir de los labios de su inconsolable compañera. Indudablemente se unían a su dolor.

Los días pasaron, ella continuaba oculta hábilmente en su escondite. Pretextos sobraban:

“Lo siento, es que tengo que entregar avances de la tesis y hoy no podré verte”

Y como ese, decenas. Una noche, mientras bebía vino tinto con sus amigas (las escritoras), recibió un mensaje en su celular:
“No te olvides del amor equivocado.”

¿Amor equivocado? pero ¿a qué se referiría? ¿equivocado? ¿él creía que era equivocado? ¿era un error? ¿quiso decir, verdadero?

Las miradas se encontraban unas a otras desconcertadas. Las interrogantes crecían como monstruos de rostros molestos y se alzaban en medio de las sillas de la reunión.

“No es posible, indudablemente el arte del bien hablar y del bien escribir es un requisito básico para las relaciones humanas. Éste es el fin de lo que pudo prometer en medio de humo de cigarro y cervezas vacías. Indudablemente, amiga, estamos frente a un real y verdadero amor equivocado.”

Concluyó una de ellas mientras tragaba un sorbo de vino y expulsaba una bocanada de humo de cigarro. Sus palabras eran definitivas.



Fotografía: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 9:09 PM

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Wednesday, October 03, 2007

De los tiempos de ceguera y otras cuestiones



Hace algunos años tuve la magnífica suerte de ver el mundo a colores. Diariamente abría redondos mi par de ojos cafés y hacia ellos se lanzaban, desde todas las direcciones, líneas de múltiples tonalidades; de circunferencias diversas y largos trazos. Enmarcaban las paredes, las hojas de los árboles, el vestido de algodón y los etcéteras que lo acompañaban. Coloreaban el azul celeste y el negro grisáceo del incomprensible reino de las sombras. Y todo ello sólo para ser captado por la redondez de mi mirada, para darle luz a las ideas y contornear, con un ligero destello, las letras de todas mis palabras. Afortunadamente pude ser testigo presencial de aquellos tiempos. Hoy ya nadie recuerda que en el mundo, la música pintaba el viento y con él los suspiros, así fueran huecos y desentonados.

Y la vida era mucho más ligera. Ni siquiera los hombres pesaban. En aquella época, la gravedad era una sencilla ecuación que existía para ser resuelta por cualquiera. POR CUALQUIERA. Así, el hombre sabía flotar. Yo misma recorrí un buen día con una pluma los acertijos matemáticos de las leyes gravitacionales, y aprendí a flotar entre nubes de color pastel. Así es, ésta era una época, sin duda, maravillosa.

Pero el hombre cambia fácilmente de opinión; su imperfección lo ha convertido en un ser impredecible y, por ende, susceptible a los errores. De esta manera, un día decidió olvidarse de todas las fórmulas de la naturaleza y se volvió pesado como el plomo. Ahora, en estos tiempos de ceguera, irremediablemente arrastra los pies cuando camina.

A esta época se le ha llamado el tiempo de la ceguera colectiva, y nadie sabe si tendrá fin. Este es ahora el reino misterioso e incomprensible de las sombras; del gris negruzco que se traga completas todas las líneas de colores.

En este tiempo de ceguera colectiva, también se ha perdido la memoria. Ya nadie recuerda el viento golpeando los rostros que surcaban los aires, ya nadie reconoce los fragmentos de luz petrificados en las piedras y los árboles. Estas, y otras, son las cuestiones de las que ya nadie se acuerda: la música y los giros multicolores; la levedad y el vuelo de todas las cosas.
Fotografía: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 9:29 AM

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