Tuesday, August 12, 2008

Moscas o de las falsas interpretaciones


Timoteo intentaba leer. Se había rodeado de los elementos necesarios para poder terminar, esa tarde, una lectura que tenía meses queriendo acabar. Se acercó, para no tener que levantarse y, con ello, distraerse, un café negro sin azúcar, un vaso con agua y hielos, una cajetilla de cigarros, un cenicero, un encendedor, una pluma, un lápiz, un borrador, una libreta a rayas, un almohadón de plumas y el libro al cual dedicaría, esa tarde, toda su atención. Y es que sucedía que su profesora de Literatura Latinoamericana le había encargado un ensayo sobre la obra entera de Clarice Lispector, y a él sólo le faltaba concluir la lectura de uno de sus libros: Aprendizaje o el libro de los placeres. Timoteo era un hombre paciente que sabía que con dedicación y concentración, esa noche podría cerrar para siempre el libro aquel, redactar el ensayo de sus desvelos y dedicar, después, su tiempo a otra cosa; a cualquier otra cosa.

Era verano. Uno de los veranos más lluviosos de los últimos años. Timoteo estaba entusiasta porque aparte la lluvia le traía gratos recuerdos: aquella tarde al lado de Ruth a la orilla de un hermoso lago, en compañía de un grupo de patos y una colonia de ranas; la lluvia comenzando a caer, la carrera hacia el viejo cobertizo y aquel largo e interminable beso. Timoteo sabía que aquella imagen difícilmente podría repetirse, pues Ruth se encontraba ya en Europa. Aquella tarde había sido feliz, y la lluvia de verano le hacía sentirse allí, por breves instantes.

Ahora se encontraba en su estudio y la ventana, semiabierta, dejaba que unas cuantas gotas de lluvia engañaran al tejado que sobresalía medio metro de la pared de la fachada de la casa, y se colaran a la habitación. Timoteo se encontraba echado en el piso sobre un tapete verde pasto, con la espalda recargada en el almohadón de plumas. Respiró el olor de la lluvia mojando la tierra, imaginó tocar el pasto mientras acariciaba la verde alfombrilla, y removió dentro de sí un par de húmedos recuerdos: la saliva yendo y viniendo, las lenguas entrelazándose y hundiéndose plenamente en el tibio placer del contacto; sus manos acariciando, por debajo de la blusa de Ruth, la piel erizada; y la respiración agitada de ambos. Timoteo pensó en Rayuela, y en la similitud maravillosa de los besos en el mundo -como peces- se dijo. Sonrió. Abrió el libro que leería esa tarde y posó sus ojos en la página 71.

Pasaron unos minutos para que a Timoteo se le borrara la imagen de la blusa de Ruth desabotonada, y de sus manos recorriendo lentamente su espalda. Se talló la cara, dio un trago al vaso con agua helada, y comenzó a leer. La lluvia golpeteaba suavemente el cristal de la ventana, entonces la lectura y el sonido de la lluvia le recordaron al mar. Por un instante se sintió zambullir en la negrura de un agua tibia y nocturna. Estaba ya dentro del libro. La lectura avanzaba y sus ojos recorrían intensamente las líneas de aquella historia, las cuales eran, en esa página, las líneas de Loreley siendo bañada por un agua, en exceso, salada. Leía, sintiéndose cada vez más cerca del mar y de su naturaleza incomprensible.

Página 71

Ahí estaba el mar, la más ininteligible de las existencias no humanas. Y allí estaba la mujer, de pie, el más ininteligible de los seres vivos. El día que el ser humano se hizo una pregunta sobre sí mismo, entonces se convirtió en el más ininteligible de los seres por donde circulaba sangre. Ella y el mar…

Meditabundo, se llevó la mano a la barbilla. Pensó para sus adentros: Ruth, el más ininteligible de los seres vivos…aquella tarde parecía querer… pero… luego… me alejó abruptamente y se abotonó la blusa… así, sin más. Claro, el más ininteligible de los seres vivos… ¡mujeres!

El frío comenzaba a dejarse sentir y Timoteo sacó una pequeña cobija de su armario. Siempre estaba preparado para los inconvenientes. Se cubrió la espalda con ella y siguió leyendo.

Página 78

También Lori usaba la máscara de payaso del exceso de pintura. Aquella misma que en los partos de la adolescencia se elegía para no quedarse desnudo para el resto de la lucha. No, no es que se hiciese mal en dejar el propio rostro expuesto a la sensibilidad. Pero el rostro que estuviera desnudo podría, al herirse, cerrarse solo en una súbita máscara involuntaria y terrible…

Timoteo se detuvo ahí. Era increíble también la similitud entre las mujeres del mundo. Ya lo estaba diciendo Lispector en una confesión descomunal, ¡las mujeres usan máscaras! Ay sí, Ruth a veces se pasaba de maquillaje o quiero decir “de máscaras”. ¡Tan falsas! Ay me acuerdo… ese día que salió con el maquillaje, sin esparcir, en los ojos, ja, ja, ja… Ay Ruth, ¡que graciosa! Cómo la extraño…

Y se quedó recordando algunas escenas de su pasado con Ruth, y sonreía ligeramente mientras intentaba retomar la lectura. Su corazón comenzaba a moverse indeciso entre dos mundos permitiendo que se iniciara, dentro de sí mismo, una batalla campal en la que debatirían el amor contra el odio.

Página 101

Al mundo de perfumes, Lori ya se había despertado. Cuando volvía de la calle por la noche, pasaba por la casa vecina llena de damas de noche, que recordaban al jazmín, sólo que más fuerte. Aspiraba el olor de las damas de noche que era nocturno. Y el perfume parecía matarla lentamente. Luchaba en contra, pues sentía que el perfume era más fuerte que ella, y que podría, de algún modo, morir de él…

¡Buagh, las mujeres y sus flores! Pero si yo le llevé miles de flores a Ruth y parecía que le encantaban… ¿qué más quería?...lo que buscaba, seguramente, era sólo romperme el corazón. Y aquí se detuvo para profundizar en esta idea. Ella lo que había buscado siempre era romperle el corazón, irse a Europa y fingir dolor en la despedida. Era una falsa, una mujer falsa que usaba máscaras, que fingía amor por las flores y por él. El corazón de Timoteo se estrujaba en cada línea que avanzaba, y su ánimo comenzaba a decaer. Si, la tarde caía junto con su alegría. No podía entender por qué Ruth lo había dejado y ahora él estaba solo, con el corazón en las manos, roto en mil pedazos. Entonces, una especie de coraje se le subió a la cabeza cuando leyó esto en la página 102:

El no la llamaba por teléfono, ella no lo veía: se le ocurrió entonces que él hubiese desaparecido para que ella aprendiera sola…

Y pensó: ¡Eso! Yo debí dejar de llamarla para que no se sintiera el centro del mundo; para que aprendiera a valorar a su hombre. Ruth, te odio…

Sus ojos se llenaron de lágrimas; estaban a punto de correr por sus mejillas pero pensó que eran igual de saladas que el mar en el que las mujeres se bañaban. Este pensamiento le dio fuerzas para no derramar ni una sola de ellas, se contuvo, dio otro trago al vaso de agua helada y respiró hondo. Luego encendió un cigarrillo.

La ventana seguía entreabierta. La lluvia había cesado, y el viento frío entraba y salía de la habitación llevando y trayendo consigo minúsculas partículas de polvo y una suave melodía. Timoteo la escuchó venir, suavemente, desde la lejanía, aquella inigualable melodía… la melodía de la naturaleza representada, en esta ocasión, por el inconfundible zumbido de las moscas; moscas, grandes y pequeñas, decenas de moscas. Indudablemente los veranos eran una cosa maravillosa; el temporal de los recuerdos. Pero al parecer Timoteo había olvidado el detalle de que el verano era también el principal productor de moscas en el año. Y al parecer Timoteo había olvidado también la desquiciante desesperación que le producía su particular zumbido. Corrió a cerrar la ventana pero ya era demasiado tarde. Los bichos habían entrado, e iniciaron, en conjunto, una de las danzas más intensas de todo el reino natural. Iban de un lado a otro, por toda la habitación, chocaban contra las paredes y contra el cuerpo de Timoteo. Éste, con los ánimos encendidos ya de por sí, se levantó, tomó el libro de Lispector con las dos manos y dio un fuerte golpe en la mesa. Una pequeña mosca quedó embarrada en la fotografía de la portada del libro. Timoteo estaba que se empezaba a volver loco. Ruth había desaparecido por completo de sus pensamientos, el cual, estaba ya ocupado en acabar con los pequeños monstruos que volaban alrededor de su cabeza, que se paraban en sus brazos, en su nariz, en su boca…

Un matamoscas, es lo que necesito, un matamoscas…

Corrió al pequeño armario pero no encontró nada. Se dio cuenta de que no estaba tan preparado para los inconvenientes, y se lamentó. Intentó relajarse, estaba permitiéndose ser presa fácil de la locura y la desesperación, y no debía hacerlo, simplemente no debía. Tomó la cobija y se tapó hasta la nuca con ella. Sólo dejó al descubierto sus ojos y sus manos y continuó leyendo.

No me vas a vencer Ruth, no esta vez…

Página 103

Lispector continuaba:

La fuerza de la destrucción aún se contenía y no entendía por qué vibraba de alegría por ser capaz de semejante ira. Es que estaba viviendo. Y no había peligro de destruir realmente a nadie o nada porque la piedad era en ella tan fuerte como la ira: entonces quería destruirse a sí misma que era la fuente de esa pasión.

La sensación de ansiedad que a Lori, el personaje de Lispector, le producía el incomprensible amor por Ulises, era la misma sensación que Timoteo estaba empezando a sentir debido a la presencia de las moscas. En efecto, era una especie de ansia, ansia de destrucción. No había más. Tenía que llevar a cabo la terrible hecatombe. Quizá el personaje de Lispector era verdaderamente piadoso, lo suficientemente piadoso como para no lastimar a nadie. Pero él no, él era HOMBRE, un fuerte e indestructible hombre. Tenía que demostrárselo a Ruth, para que dejara de sentir que él estaba muriendo de amor mientras ella se divertía en Europa. Se levantó de la alfombrilla, tomó cincuenta pesos de su cartera, y salió decidido a comprarse un insecticida. El libro se quedo tirado, inconcluso, con Lori desbaratándose de amor y de miedo. Así son las mujeres, las auténticas mujeres, como Ruth, que siempre sentía miedo; miedo por las cucarachas, miedo por la velocidad, miedo por las multitudes, ¡miedo por todo! pensó Timoteo, pero yo soy hombre, soy fuerte como un roble.

Así, Timoteo no terminó esa tarde su lectura, no redactó el ensayo de sus desvelos ni comenzó a ocuparse de cualquier otra cosa. Timoteo dedicó lo, que le restaba a la tarde, a llevar a cabo la destrucción más grande de su vida; la demostración más rotunda de su virilidad. El insecticida hizo que una veintena de moscas cayeran muertas al piso.

Terminada la masacre, fue a donde se encontraba tirado el libro, abierto en la página 103 y; con una mirada despectiva, desde la altura que le proporcionaba el hecho de estar de pie, dijo:

Así es como se solucionan las cosas Lori, Lispector, Ruth, así es…

Y cerró el libro con el pie. Tomó el almohadón, la cobija, y se fue a su recámara. Lejos de Ruth, lejos de Lori, lejos de Lispector… lejos de todas las mujeres del mundo… para siempre lejos…


Nota: si quieres visualizar de manera correcta este blog, usa Firefox.




Fotografía: Eugenio Recuenco

Noemí Mejorada at 11:22 PM

12comments

12 Comments

at 4:25 PM Blogger Pete...! said...

Aaaah éste cuento yo lo leí antes, tuve el honor de recibir la primicia.

Yo siempre he sido víctima de las distracciones, me reflejo totalmente en Timoteo.

Pasa buen fin de semana Mimí!
Saludos!!!

 
at 7:51 PM Blogger Noemí Mejorada said...

Y muchas gracias por tomarte el tiempo de leerme...

Buen inicio de semana Pete, te mando un abrazote!

:)

 
at 7:02 AM Blogger Samantha said...

Hola¡¡¡, ustedes dos ¿qué onda?, ¡pá cuando? Aprovechemos rotita que el Pete he decidido dejar de la do su timidez, anda¡¡¡

Y bueno en cuanto al texto, jejeje, ¿a quíen no le ha pasado? a mi la última vez me pasó con un texto que me dejaron como tarea terapéutica y todo lo entendí mal y lo acomodé a mi pobre conveniencia, jejeje, mi terapeuta solo me miraba con ojitos de compasión pensando: "esta ilusa no ha entendido nada", en fin, poquito a poquito fui comprendiendo los verdaderos mensajes. :D

Me gustó mucho este texto, está muy chido y profundo, Besitos¡¡¡

 
at 10:43 AM Blogger Vala Sailhin said...

La primera vez que leí este relato, y por haber sido contextualzada y aludida, lo único que hice fue buscar coincidencias y diferencias: y así fue, encontré de todo. Y como siempre encontré la posibilidad de corroborar que encontraste lo buscabas. En fin, ahora que lo he leído de nuevo, digo:
Clarice, clarice...qué maravilla, creo que el descubrimiento que he mantenido. Y leerla en ti, bueno, pues sin palabras!!...Una lectura maravillosa, la que haces de Lori y Ulises, y la que dejas que se haga de ti!!... Gracias chulada, ni qué decir... Mi NF.

 
at 4:37 PM Blogger Noemí Mejorada said...

Gracias Ruth... que bueno que regresaste de Europa...

 
at 6:04 PM Blogger Vala Sailhin said...

Ja, ja!...

BEsos!!

 
at 9:11 PM Blogger Noemí Mejorada said...

De nada Ruthhhhhhhhhhhhhhhhhhh...

jo, jo, jo!

 
at 12:56 PM Blogger EL OFICINISTA said...

Pase a leer, y sucedió una coincidencia de esas que te hacen creer que alguien dirigen tu sino, y pos estuvo chido ya que coincidió que en el momento que mataba a las moscas, en el reproductor comenzaba la rola de los Bauhaus, The passion of Lovers, digo igual nada que ver pero sirvió de soundtrack. Y pos me gusto.

 
at 10:04 AM Blogger Noemí Mejorada said...

Hola Mr. Que bien que vino por acá. siéntase cómodo, aquí no hay cámaras espías...

Luego paso a su oficina... saludos!

 
at 7:17 AM Blogger Vala Sailhin said...

Este post ya tiene muchoooo tiempo!!... Vamos, escríbele!!!

 
at 3:28 PM Blogger rogelio garza said...

precisamente estoy leyendo una novela titulada "Son de Mar" del escritor español Manuel Vicent, en la que un perosnaje trágico de nombre Ulises enamora a una hermosa mujer llamada Martina.
el amor que se da entre ellos es animal, irracional como es el amor.

besos rotitos!

 
at 10:30 PM Blogger Noemí Mejorada said...

Alvixxx: Ya voy! no me tardo mucho, ya va uno nuevo!

:)

Rogelio!!! ser animales irracionales es lo más lindo... pero adelgaza, jojo...

Un abrazote y besos rotos!

 

Post a Comment